Si alguna vez el nombre de un grupo mexicano respondió perfectamente a su discurso lírico y musical ese es Luzbel, el ángel caído rebosante de belleza que se atrevió a rebelarse contra la tiranía hipócrita de Dios y al que, en castigo, éste condenó a vivir en los apretados infiernos; maldecido y temido, además, por los humanos, esos insignificantes seres que, por alguna incomprensible razón, son el objetivo de su lucha eterna. Ya se sabe: el de la barba blanca quiere salvarnos y el de los cuernos y el rabo pretende nuestracondenación eterna. Mientras Dios trata de llevarnos por la aburrida y poco excitante senda del bien, Luzbel suele tentarnos con placeres y perversiones varias que muy pocos son capaces de resistir. Una de ellas, por supuesto, tendría que ser el heavy metal, un género musical no pocas veces anatematizado desde púlpitos de la iglesia católica y que en México hace su aparición de manera deslumbrante con este disco.
El título del EP de cuatro canciones alude, a la vez, al ángel desterrado y a la declaración de cierto crítico inglés que alguna vez afirmó que la música de Jimi Hendrix lucía “como metal pesado cayendo desde el cielo”. Algo que debió ser escuchado por el guitarrista Raúl Fernández “Greñas”, chilango radicado en Inglaterra durante la ebullición de la llamada Nueva Ola del Heavy Metal Británico —encabezada por Iron Maiden y Judas Priest— y que a su regreso a tierras aztecas, tras la desintegración de Red, su intentona inglesa, formó junto a Antonio “La Rana” Morante, bajista; Sergio López, baterista; y Arturo Huízar, poeta y cantante de inusuales rangos y tesituras, la que muchos consideran la primer banda mexicana de heavy metal de envergadura. Y que en ésta, su carta de presentación producida por David Guerrero, demostró por qué, en una época en que ninguna disquera grande se atrevía a contratar grupos de rock —mucho menos de metal— el sello de reciente creación Comrock, perteneciente a WEA, se acercó para grabar su música.
Metal caído del cielo posee canciones poderosas en la frecuencia de lo que ahora conocemos como heavy metal clásico (Led Zeppelin, Black Sabbath) con un trabajo de guitarras elaborado y propositivo lleno de solos y memorables riffs siempre al servicio de la canción más que del lucimiento personal. Cierran el círculo de fuego una batería y un bajo más que cumplidores y un manifiesto lírico que fustiga inmisericordemente a la iglesia —lo cual llegaría a su máxima expresión en trabajos posteriores— y reflexiona de manera pesimista sobre el vacío existencial de la vida moderna y la hipocresía de la sociedad con respecto a temas fundamentales como el sexo. Todo esto hilvanado de manera sorprendente para una ópera prima.
Las primeras frases de “El Ángel de la Lujuria”, el corte que abre el disco, pronunciadas después de escuchar a una cabra —¿o a un macho cabrío?— balando, son el mejor ejemplo: “Me he caído del cielo para esta noche estar contigo. He atravesado el umbral del tiempo para amarte. Para poseerte. Para transformarte”. El preámbulo para un huracán de speed metal, cuyo solo intermedio recuerda al mejor Ritchie Blackmore y presenta al singular Huízar, un hombre capaz de llevar sus vocalizaciones de graves a agudos imposibles sin apenas despeinarse.
“El Loco”, por su parte, es un alegato existencialista acerca de un hombre incapaz de encontrar su lugar en un mundo que le resulta ajeno e incomprensible. “Hace tiempo descubrí que yo no vivía aquí. Era un sonámbulo de mi realidad. Reconocí el vacío de mi existencialidad. Soy un humano por casualidad”. Una reflexión que está muy lejos de encontrar respuestas, sobre todo en la religión organizada; “le pedí a Dios que se me apareciera para que así en él y en su palabra creyera y sólo encontré a una iglesia que peca de convenenciera”. Quizá, parece decir Huízar, sólo la música, representada aquí por los enormes solos y las distorsiones de la guitarra de Greñas, podrían darle sentido a la vida.
“Esta Noche es Nuestra” es la canción menos oscura del disco, pero sin dejar de ser crítica: “Mi cuerpo es confianza donde puedes explorar todas esas fantasías que te han hecho ocultar. Esta noche es nuestra, nadie nos la va a quitar. No pongas pretextos para vivir nuestra libertad. Quizás mañana tu maquillaje y mi corbata nos harán cambiar”. Todo un himno para los metaleros mexicanos.
Cierra el disco “La Gran Ciudad”, un tema desesperanzado pero hermoso que baja la velocidad, en la vena de Deep Purple, y que sirve como colofón a un gran debut discográfico con versos del calibre de “sólo estoy soñando en un río de muertos. Me atrapa en sus adentros la gran ciudad… Y si te escondes del agua y si te escondes el alma y si no quieres morir, verás la risa del loco, cómo se come tus ojos, cómo te da eternidad”.
Metal caído del cielo es un trabajo que quizá no haya sido debidamente apreciado en su momento por diversos motivos, pero sobre todo por esa idiota etiqueta de satánicos —¿a ésta, una banda más bien de formación humanista?— que a alguien se le ocurrió colgarle a los músicos. Baste decir, sin ironía y guardadas las distancias, que Greñas y Huízar son como los Plant y Page del metal mexicano.