Fractura (Alfaguara, 2018) es la nueva aventura literaria del escritor argentino radicado en España, conformada por un anciano sobreviviente de Hirsohima, el señor Watanabe, un periodista apellidado Pinedo y cuatro mujeres: Lorrie, Mariela, Carmen y Violet, de distintos puntos geográficos. Neuman(Buenos Aires, 1977) confiesa cómo influyen en su obra el lado femenino, la guerra fría, la orfandad y la migración.
¿Por qué salió la inquietud de escribir sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿Crees que sobre este tema ya todo está dicho?
La novela no habla tanto de la bomba de Hirsohima y Nagasaki, habla más bien del fantasma nuclear y el temor atómico es el punto de partida de la infancia del personaje. No es el tema de la novela, sino primero el superviviente, su vida entre la gratitud y la culpa. Comienza con un sismo en Tokio, literal o metafórico. Nunca sabes cuándo regresan los fantasmas. Para la gente de Fukushima coincidió con el aniversario de Chernobyl, por ejemplo. La historia está compuesta de fantasmas que recurren, pero lo que más me interesa en realidad como narrador, porque no soy sociólogo ni politólogo, es contar una historia de amor que sucedía en diferentes lugares, lenguas y edades. Hay cuatro mujeres que lo narran, tienen otra cicatriz y otra fractura, de cómo llevamos nuestras fracturas a las relaciones que iniciamos, como llevamos nuestros sismos literales y metafísicos, qué papel juegan nuestras cicatrices en cada presente que iniciamos con alguien nuevo.
Me llamó la atención que mencionas que la gente puede fingir la voz, la mirada, pero no la risa, que según tú es la verdadera esencia de nosotros.
¿Por qué te llamó la atención?
Porque hay risas según las circunstancias, la nerviosa, alguien que te preocupa o cuando estas ya muy bebido, se vuelve estridente y también tiene un grado de autenticidad.
Es una risa para diferentes situaciones, sería difícil que te dijera «ríete de otra manera, siéntate de otra manera, mira de otra manera». Sería difícil que impostaras la risa.
¿Y a qué te llevó esa reflexión?
Los autores no somos cien por ciento conscientes de por qué los personajes dicen lo que dicen. Ojalá tuviera a Lorrie sentada, de las cuatro mujeres, es con la que más me gustaría conversar. Supongo que como la novela se pregunta mucho por la identidad y por los cambios de la esencia generacional.
¿Por qué estas mujeres? ¿Estás explorando tu lado femenino?
Sí, claro. No sé si exista una esencia femenina. Estas limitaciones en los clichés de género en un momento de volubilidad son muy saludables. Es decir, el fenómeno de lo trans no afecta solo al comportamiento sexual o físico, tiene que ver con la conciencia de los roles de género que son absolutamente construidos, históricos y culturales y por lo tanto son un vehículo y transgreden esos límites en la ficción. Aprendí mucho de estas mujeres que podrían habitar en mí.
Eso suena como algo esquizofrénico…
Es que narrar es esquizofrénico, es estar adentro y afuera, alguien que por un lado está viviendo lo que cuenta y que observa lo que cuenta. En cierto modo es inevitable.
Sin dejar el lado femenino, ¿cómo ha influido la orfandad en tu obra?
Mucho, supongo, creo que la infancia determina no cuando uno pierde a sus padres y cuando no comprende. Puede ocurrir a los 3 años, a los 10 o a los 50, cada uno tiene su edad para terminarla. Quizás por un lado es por la muerte de mis padres, se convirtieron en mis obsesiones, no mi madre en concreto, quizá sea la perdida más importante de mi vida. Sin embargo, mi abuelo favorito murió cuando yo era niño, él me llevó a plantar un árbol, y un par de días después murió y él lo sabía y no me lo dijo. Estaba enfermo del corazón y era médico. Mi recuerdo más importante fue con él plantando el árbol dejando unas raíces, tenía seis años. Mi otro abuelo se suicidó por lo cual a la orfandad que entró mi madre era de un daño especifico; el suicidio es un derecho y ese genera daños colaterales. Qué mayor libertad que esa, pero entra en colisión con la necesidad de que otros tienen de ti. Recuerdo el daño que le causó a ella. La de mi madre fue el eslabón más grande de la larga cadena. Cuando tenía 20 años mi padre sufrió una operación importante y mi madre y yo lo cuidamos y él se recuperó, pero luego ella enfermó y nosotros la cuidamos hasta que murió. Lo que más me marcó fue como el enfermo se convirtió en cuidador y viceversa.
Bueno, hay gente que no le interesa cuidar a sus parientes enfermos
Si descuidas eso te apuñala por la espalda. Precisamente por cumplir las necesidades emocionales te remite a no vivir pesadillas internas después, remordimientos y daños en el resto de tus relaciones.
¿Cómo es tu residencia actual?
Vivo en Andalucía, la mayoría de los escritores están en Madrid y Barcelona. He vivido en distintos países, llegué a Granada hace 30 años; mi campamento base está ahí, mi infancia está ahí.
Esta dualidad geográfica influye a los autores y a la vez no, aunque creo que los deja un poco perturbados teniendo pasos itinerantes entre un lado y otro.
No solo a los autores, las migraciones y los exilios nos marcan para siempre y tiene sus ganancias y pérdidas. Tampoco es inocuo quedarte en el mismo lugar, en cada decisión hay un daño y un aprendizaje
Yo conozco gente viviendo 50 años viviendo en una misma ciudad, me parece interesante que por alguna razón lograron una estabilidad. Y hay gente que se la pasa yendo de un lado a otro y pienso “qué bueno y qué malo”.
No hay mayor extranjero que el que no sale de su lugar de origen y no se siente a gusto, no identificarte con tu propio lugar y del que no puedes salir. Hay muchas formas de ser extranjero y me interesan todas. En mi libro Como viajar sin ver, que escribí durante la gira del premio Alfaguara, hablo de cómo en un semestre conoces todos los países de Latinoamérica. Me pareció una oportunidad increíble de compararlos y como a la vez es una gira donde puedes ver todo y a la vez nada. Me divirtió el proyecto de ver los países a través de aeropuertos, hoteles, taxis y librerías. Es una especie de análisis locales de esos lugares que en apariencia no tienen identidad,pero sí la tienen. Muchas veces descartamos los espacios que se llaman “no lugares”.
¿Hace cuánto que no vas a Buenos Aires? Siento que no has perdido parte de tu esencia argentina.
Estuve en abril, mayo de 2018. Supongo que la infancia no se pierde nunca, uno va sumando capas de identidad. Tengo casi toda mi vida en España, pero mi familia es argentina. En España hablo como español, estoy casado con una española, el acento me resulta tan natural, pero cuando estoy en Latinoamérica me sale el argentino, aunque cuando aterrizo en Barajas y escucho la música ibérica vuelvo a mi acento español.