El héroe desconocido
Antes de morir Andrés me citó en su casa, me mostró sus heridas, me dijo que yo era un buen poeta, y luego me insultó a más no poder. Su hermana, avergonzada, me pedía disculpas. «Si alguna vez fuimos amigos», me espetó, «me harás un homenaje. Soy un héroe de la literatura regiomontana», gritaba Andrés. «Creo que eso no va a ser posible», lo interrumpí, tratando de estar calmado. «Reconozco tu labor con tus talleres, tus revistas y todo, y lamento mucho tu situación». Andrés se enojó más, me lanzó algunas cosas que tenía a la mano, y salí asustadísimo de aquella casa en la calle Mina del Barrio Antiguo. Su hermana me seguía pidiendo disculpas. Doblé la esquina en Morelos y seguía oyendo las disculpas de su hermana y esa imagen de cuando Andrés me aventaba los libros enojado.
Ayer tocaron a mi puerta, era un amigo que traía una caja con libros.
-Yo sé que no podemos salir y toda esta onda de la sana distancia-, me dijo del otro lado de la reja -pero sé que haces reseñas de libros de autores de Nuevo león y ando haciendo limpieza en mi librero. Seguro algo de aquí te puede servir, ahora tenemos tiempo y la literatura debe de ser prioridad.
-Ah, gracias, gracias, seguro me servirá algo–, le contesté. -Deja voy por la llave y te abro.
-No, mira, te aviento la caja por arriba de la reja. Va… -Sin darme tiempo a nada la caja volaba ya por los aires. Intenté con mis buenos reflejos capturarla, pero en el aire se abrió, y una lluvia de autores regios cayó sobre mi cabeza. Solo alcancé a cachar un libro con mis manos.
-¿Estas bien? -preguntó mi amigo. -Discúlpame. Bueno, agarraste uno y eso debe ser una señal de que al menos tendrás que hacer una reseña de ese.
-Claro -le dije mientras veía la portada del libro. Era El blues del gato de Andrés Montes de Oca.
-Perdón -volvió a disculparse mi amigo. -¿Te habían aventado libros antes?
-Claro,- le dije-, y si te contará quien fue el último que lo hizo no me la vas a creer.
Se escucha triste la canción
No sé si la poesía de Andrés Montes de Oca está acompañada por la tristeza o si la tristeza acompaña a su poesía, lo que sí entiendo es que en los cronómetros del corazón ese sentimiento debe de ser breve, para que se añeje, para que se convierta en poema. Andrés un solitario que siempre estaba acompañado. Lo sabía bien y repartió metáforas todo el tiempo que pudo, tarareando a la ciudad a ritmo de blues:
Solitaria y triste la vida del semáforo
siempre de pie en la esquina
pintando el tiempo de color
interminable su luz roja
cuando la prisa nos domina
grabados en su cuerpo
hay corazones
y no faltan bohemios
pasajeros del ámbito nocturno
que a su poste se abrazan
buscando la dignidad
a su equilibrio
o algún otro cuadrúpedo
que humedezca su base
solitaria y triste vida del semáforo
viendo pasar los autos
cual sobras de asfalto
(«Blues del semáforo», pág. 55)
El ruido es un espectador
Había algo de estridente en Andrés y lo canalizaba silenciosamente en su escritura. Vi cómo se enamoró y se desenamoró un par de veces; vi cómo insistió en perder amigos; vi cómo escribió algunos textos que ahora releo y que me transportan al pasado, a un Monterrey al que según nosotros le hacíamos una interminable autopsia a base de poemas. Qué equivocados estábamos y cuánto aprendimos en cada caminata por la ciudad, en cada taller literario. «¿Te imaginas que así como hay talleres mecánicos hubiera talleres de escritura?», me decía Andrés. Lo soñaba y el ruido era un espectador.
Hace dos segundos solté tu mano
ya me siento solo.
(«Cascada», pág. 68)
Edificio en ruinas
La poesía de Andrés Montes de Oca es un hermoso edificio en ruinas. Es decir, es la espera, es el abandono, es la oscuridad, es el olvido espejo en el que todos nos descubrimos alguna vez como gatos que deambulan por la ciudad y que cantan, y que les brillan los ojos verdes constelaciones. La poesía de Andrés es la noche que escribe un verso en la solitaria calle. Y que después de eso es la nomenclatura de ese silencio estruendoso que llevamos dentro.
Escribo esto y aviento su libro a ver dónde cae, a ver quién lo atrapa.