Para Enrique Blanc, un atlista irredento.
“Yo le voy al Atlas… aunque gane”. Esa es un máxima que expresa perfectamente la feligresía para con un equipo que se alimenta de la derrota (sólo ha ganado un campeonato en 1951), pero que en Guadalajara rivaliza en popularidad con las Chivas. ¿Quién puede ser hincha de un equipo que casi siempre pierde? ¿A qué se debe la fidelidad de sus seguidores?
En el futbol no existe como un absurdo en solitario, son muchos los absurdos inherentes a su naturaleza, práctica y negocio. No se trata de algo estrictamente racional y ahí está el futbol argentino para evidenciarlo. Pero en México también pueden darse historias que parten de una fascinación desbordada hacia alguna parte de este deporte o, como en el caso de la novela corta de Villalobos, de un joven por la selección de Brasil del Mundial de México 70, que comenzó jugando en Guadalajara hasta coronarse en el estadio azteca de la capital.
“Pero el gol de Pelé llegó después: Gerson hizo uno de aquellos pases largos que tanto le gustaban y Pelé mató el balón en el pecho y chutó con la derecha. Golazo. De otro mundo. Yo estaba ahí, amigos, y les puedo decir que era suficiente…”.
El protagonista de Al estilo Jalisco se obsesiona al máximo por el Scratch du oro, y la vida le da la oportunidad de, incluso, trasladarse a residir a Brasil -a Río de Janeiro para ser exactos- y hacerse hincha del Flamengo, al tiempo que se atasca de cultura carioca. Pero los mexicanos llevamos algo en los genes que nos impide desentendernos del terruño; recordemos que a esa nostalgia devenida en pánico en el futbol nacional se le llama El síndrome del “Jamaicón” Villegas, que extrañaba los chiles en vinagre y los tacos, por lo que se quedaba pasmado en la cancha.
Acá tenemos a un tipo que va cayendo en picada: recalando en peores empleos cada vez y enredado con mujeres de baja calaña. Narrada con un lenguaje sencillo y efectivo -como es usual en Villalobos (nacido en 1973)- la historia da un giro cuando este “loser” tiene la “gran” idea de conformar el espectáculo de futbol más grande del mundo y recrear las glorias de aquel equipo de leyenda en el que no sólo militó Pelé, sino que estaba plagado de estrellas de la talla de Rivelino, Tostao y Jairzinho, entre otros.
Entones entra en juego un viejo amigo mexicano con el que se ve eventualmente y que tiene negocios varios en Río. El empresario promete armarle una gira por pueblos rascuaches del Bajío guanajuatense y explotar que allí nunca pasa nada y la gente es totalmente crédula e ingenua. Para ello recluta a un panda de vividores que pasan el tiempo “cascareando en la playa”, a un equipito de uruguayos facinerosos y a un solo jugador de excelencia que resulta un cristiano radical.
A ese “Escuadrón mete la pata” se agregan la mujer del protagonista y su reciente amante. Sin un montaje definitivo ni ensayos previos, viajan a México para dedicarse a borracheras interminables, ridículos desfiles y una serie de presentaciones que “misteriosamente” siempre se suspenden, pero con gran éxito de taquilla.
Al final el nexo con México pasa por aquel adagio que dice: “El que no tranza no avanza”. Con un sentido del humor desternillante, Villalobos cuenta todo este periplo desde el evidente fracaso total y la confesión realizada en una comisaría antes de la deportación correspondiente.
En Al estilo Jalisco por supuesto que hay futbol, pero también una hilarante manera de exponer la creatividad mexicana para los negocios sucios y todo tipo de “estafas maestras”. Con esta noveleta, tan efectiva como una gambeta de Garrincha, Juan Pablo Villalobos saldó una deuda de amor con Río de Janeiro, sin dejar de darle una chinga risueña a la ingenuidad de algunos mexicanos, mientras otros hacen de la tranza una forma de arte.
Editada por Pollo Blanco, esta breve novela contribuye a incrementar ese halo de excentricidad que rodea a la figura de Villalobos dentro de la literatura latinoamericana, donde no le han faltado premios y reconocimientos. Aquí dividió lo narrado como si fuera un partido -con sus dos tiempos-, mientras él tuvo que anotar el penal del gané cuando ya no quedaba nada del segundo tiempo extra; al meterlo dio la vuelta olímpica en hombros.