Se puede ser el número uno, pero hay que demostrarlo. No basta ser el pionero, si se desea respeto debe marcarse el camino las veces necesarias, porque así es en el rock mexicano. Ágora, la banda mexicana de progmetal por antonomasia, jamás se ha proclamado nada de lo señalado en las primeras líneas; pero cualquier enterado sabe que alcanzar su status de leyenda no fue fácil.
Luego de nueve años, lapso en el cual dice el baterista Eduardo Carrillo, “los procesos de vida de cada uno nos impedían ponernos de acuerdo y en donde el disco Regresa al vértigo nos hizo tocar mucho”, la agrupación capitalina regresa con Imperio, placa que se estrena esta semana.
Ahora son un quinteto luego de la salida del tecladista Héctor Barragán y como tal habrán de mantenerse. “Somos una familia y no hubo un sustituto, eso nos llevó a invitar a Derek Sherinian. Daniel Villarreal [bajista] hizo el contacto y al final colaboró en dos temas. Buscamos a músicos invitados más por su sonido que por su nombre y en ‘Infinito’, uno de mis temas preferidos, colabora la tecladista Ana Camelo (Ekos)”.
A Carrillo y Villarreal los acompañan, como desde hace años, Eduardo Contreras, voz, coros; y Manuel Vázquez y Sergio Aguilar, guitarras. Para la grabación llamaron a Tonio Ruiz (QBO/ Coda), Mao Kanto (S/N), Atreyu (Koltdown), Paul Wrath (Cerberus) Diego Zaralba (Tanus), Andrei Pulver (Lack of Remorse), Derek Sherinian (Dream Theater/ Black Country Communion/ Sons of Apollo), Ana Camelo (Ekos), Anna Fiori, Mireya Mendoza (Driven) y Claudia Pearl.
“Agora —dice Carrillo— antes se cuestionaba mucho, pero ahora nos valió. Nos tardamos en sacar un nuevo disco porque creíamos que no teníamos nada que decir hasta ahora y este álbum en ese sentido es muy honesto y firme”.
Nuevos instrumentos en la vida del colectivo aparecen (guitarras de 8 y 7 cuerdas, bajos fretless, baterías con distintas afinaciones, timbres y frecuencias) y se dejan sentir de inmediato. Cuando comienza a sonar “Imperio”, el corte incial y que da título al álbum, se desata el vendaval. Es como si abrieras la puerta para enfrentarte a la furia de una tormenta. Diez segundos bastan al quinteto para tomarte por la solapa, sacudirte y arriconarte a la pared. A partir de ese momento comienza la travesía por esta montaña rusa en donde el vértigo es un elemento importante.
El quinteto no sólo se escucha asentado, también deja sentir su dominio. Son directos, energéticos, ásperos, pero también juiciosos para generar movimientos de respiro, aunque la verdad el brillo es más intenso cuando apelan a la fuerza, cualidad que no radica en el volumen, sino en la potencia e imaginación desplegada por Vázquez y Aguilar en sus solos, siempre intensos y virtuosos, pero nunca inanes. Es también el amarre de la sección rítmica que permite a los guitarristas explorar a sabiendas de que allí, abajo, está la red de apoyo. Y es la voz de Contreras quien, respaldada por el todo y siempre con vocalizaciones limpias, redondea la labor.
“En nombre de la destrucción” Aguilar dialoga con Derek Sherinian y éste luego lo hace con Vázquez y como era de esperarse el norteamericano hace admirables solos (hubiera sido terrible desaprovecharlo); mientras en “Coloso”, dedicada a “Sudán”, el último rinoceronte blanco del norte muerto el 190318 —nombre de la introducción en guitarra acústica que le precede— Aguilar, Vázquez y Sherinian entregan intensos monólogos en ese orden.
Dice Carrillo que en estos nueve años advierten cambios en el panorama metalero nacional: “Todos se lo toman en serio y ello propicia que los shows sean más activos; que las marcas te apoyen significa que se valora más tu trabajo. En México el metal se graba de una forma muy ambiciosa y mucho de éste se consume fuera y también aquí, pero hay que tomarlo como una empresa. Somos una especie rara los metaleros, nos aferramos al movimiento, a nuestros conciertos. Ágora aún tiene que dar el paso a la internacionalización, es algo que nos falta, pero estamos en eso.”
El colectivo es fiero, pero también sabe de matices y en “Muerte por vida” y “Sueño inmortal” aflojan el acelerador para construir un par de temas menos vertiginosos los cuales incluso coquetean con la balada, aunque al final no ceden, porque en “Infinito” regresan a la velocidad.
Sí, al subir a Imperio uno no lo sabe, pero se ha entrado en un bólido en donde los kmph son determinantes, pero ello no impide regodearse en los detalles y después adentrarse en “Donde el honor termina” composición que, como en el track inaugural, aparecen la totalidad de invitados para armar un gran coro y dar pie a “Realidad virtual”, tema épico, majestuoso y con cierta grandilocuencia, pero que corona acertadamente el viaje.
En su letra “Imperio” habla de un resurgir, de una nación que habrá de ver un nuevo amanecer, un resurgimiento; pero también puede leerse como una declaración de principios de la vida del grupo: “Un imperio que resurgirá / cada que lo quieran derrotar”.
Ágora está de regreso.