adrián herrera
COLUMNAS   

Árido Reino


Fervorosos creyentes del rib-eye escuchan el Evangelio de San Adrián, o cómparte un microscopio y un telescopio porque Santa Claus no existe

Púdrete en el infierno contiene 157 textos que confrontan el conservadurismo de la sociedad actual y, sobre todo, sus creencias religiosas. El chef Adrián Herrera, con humor y con ironía, propone el debate.

OPINIÓN

El chef, el fotógrafo, el escritor, el que sale en la tele, el cancerbero del infierno…

Hay una probabilidad muy remota de que yo me vaya al infierno. Si eso sucediera me daría gusto solo por una cosa: ahí estaría mi amigo Adrián Herrera, despotricando contra la iglesia, haciéndole bullying a los recién llegados y organizando carnitas asadas. Es más, imagino la escena: «Seguro estas aquí por escribir tus poemitas románticos», me diría con una bebida diabólica en mano, que acaba de inventar a base de azufre y whiskey. En la otra mano traería  un cuchillo de carnicero. Las otras dos las tendría libres (dicen los que han ido al infierno que ya estando ahí mutas), y con esas me daba un abrazo de bienvenida.

Volviendo a los asuntos terrestres, he conocido a lo largo de mi vida a personas que hablan muy mal de iglesia: dos ex seminaristas (uno se hizo poeta), un abogado que contrató el gobierno en secreto para investigar miembros de la iglesia corruptos, a Fernando Vallejo (el escritor colombiano), y Adrián Herrera. Todos ellos coinciden en ciertas características: son cultos y leídos, tienen discursos correctos y sólidos, pruebas fehacientes en la mano, trabajo de campo y profesionalismo. Otra característica es que en el trato todos son, para decirlo irónicamente, unos panes de Dios. Todos, excepto Adrián. Por ejemplo, Vallejo es amante de los animales y ha donado mucho dinero a lugares que rescatan perros. Don Pedrito, el abogado, es amigo personal del Papa. Los ex seminaristas tienen asociaciones civiles que ayudan a personas necesitadas, y su trato, además, es elegante y fino.

Adrián es el mismo que en sus escritos: piensa que los veganos tienen problemas mentales, va a los velorios nomas pa’ ver que onda y ponerse existencial, les dijo desde niños a sus hijos que Santa Claus no existía y es capaz de convencerte de que el infierno es el mejor lugar para vacacionar eternamente. Además, es fotógrafo y es capaz de mostrar la belleza en una imagen que muchos obviarían como rutinaria o simple y que a través de su ojo y su observación revalora y muestra de una manera más bella. También pinta y crea bebidas y platillos, sale en un programa de televisión famoso donde regaña a los concursantes, tiene una fonda chiquita que parece restaurante, y un restaurante. Por si fuera poco, es escritor. Menciono todas estas actividades solo por una cosa: se ve que todas lo hacen feliz y comparte su felicidad a veces, o casi siempre, de maneras poco ortodoxas.

El profeta Adrián

Púdrete en el infierno contiene 157 textos que confrontan el conservadurismo de la sociedad actual y, sobre todo, sus creencias religiosas. Herrera, con humor, con ironía, propone el debate. Cada pequeño texto es la chispa que detona la conversación y la discusión. Es cierto, pocos le entran, pero, por ejemplo, a mí ya me convenció de que cuando me muera lo que se tenga que decir de mi lo escribiré yo. Y prometo en ese escrito hacerlos reír bastante con dos o tres anécdotas muy buenas que tengo, y algunas otras que seguro tendré en el futuro. Herrera, aunque pareciera lo contrario, no quiere convencer a nadie de hacerse ateo o de romper una fotografía del Papa como lo hizo Sinead O’Connor, y como no quiere convencer a nadie, convence.

Creencias sueltas y alborotadas conciencias

¿Cómo aprende uno a vivir con los malos recuerdos? Escribiendo, aconseja Herrera, y, como buen cocinero, se conecta con todos los sentidos para crear y narrar sus historias, sus anécdotas, sus evangelios. Sabe que hay una responsabilidad social y asume que ha hecho de su opinión un oficio. ¿Molesta? ¿Incomoda? Por supuesto, porque eso hacen los que son honestos. La filosofía, en cualquier rama que queramos abordar, tiene por objetivo que nos hagamos preguntas, que dudemos, que seamos curiosos a fin de vislumbrar la verdad. Yo he tenido charlas con él tan sabrosas como los platillos de la fonda, he visto la belleza en la presentación de un platillo como en una fotografía de unos cables de alta tensión que a primera vista parecía un enredo urbano; he recreado la inmensidad de la Huasteca en sus acuarelas, y he entendido en este libro que poniendo en evidencia creencias sueltas y sin sustento podemos hacer el nudo perfecto y entendernos mejor. Estos textos son oraciones que derrocan al mismo tiempo al aburrimiento con que se abordan temas escabrosos (¿sí han oído lo de ‘no discutas de religión o de política’, verdad?), y a las obstinaciones que lo son porque son facilismos que están implantados, porque no se cuestionaron ni con la crudeza necesaria ni con la inteligencia adecuada. Estos textos son la terapia que no andábamos buscando, pero que nos encontró.

Ver de cerca de lejos y más allá

Tampoco  quiero pintar a Herrera como el gran contestatario que está en contra del sistema, el líder de la rebelión, el que tiene la fórmula para derrocar al capitalismo o a la iglesia, o a las dos cosas porque son lo mismo, o el que tiene la receta secreta del pollo Kentucky. El último capítulo del libro comprueba una cosa: Adrián Herrera ni solo invita a pensar y a reflexionar. Textos como «Telescopio», «Carta a mis hijos» o «Microscopio», contienen la necesaria emoción poética, la sensibilidad y la curiosidad que se requieren para hacernos ver de cerca (o de lejos) cosas que están a la mano y que no atendemos porque ya todo es automático. Hoy, en estos tiempos que vivimos de pandemia, de cuarentena, les va muy bien el adjetivo de infernales, y recuerdo un cuento de Ray Bradbury que leí hace tiempo, que se llama «El parque de diversiones». No se los cuento, pero es exquisito volver a la infancia y el placer de estar en un parque, que era un verdadero infierno. Hoy que revaloramos el tiempo porque tenemos un poco más para nosotros mismos, la lectura es uno de esos placeres. Uno de esos infiernos y lecturas infernales, como Púdrete en el infierno, espero que nos acompañen hasta el fin de la pandemia y luego hasta el fin de lo que tenga que tener fin. No quiero ser apocalíptico y me parece extraño que películas con ese género tranquilicen a muchos en este encierro. Yo quiero tener una buena vida y siempre acepto los consejos de Adrián. En este libro son sencillos y directos: lee, guarda silencio, pasa tiempo solo, escucha, observa, siente y luego piensa.


Adrián Herrera
Púdrete en el infierno
Ed. Norte Oscuro
2018