A principios de la década de los noventa no era nada fácil conseguir grabaciones de los grupos de rock nacional. Había algunos como Caifanes, Fobia o La Maldita Vecindad que ya habían grabado con compañías trasnacionales y sus discos estaban incluso en los supermercados, al igual que algunos grupos argentinos y españoles pertenecientes a eso que se llamó “Rock en tu Idioma”. Pero existía una movida de bandas mexicanas que se estaba gestando cada vez con mayor fuerza en el subterráneo a las cuales no era tan sencillo escuchar si no vivías en la CDMX como para poder verlos en vivo, ya que no contaban con grabaciones formales.
En esa década no existía el Internet como ahora lo conocemos ni teníamos el mismo acceso a la información. La manera de enterarnos de la existencia de grupos mexicanos de rock era a través de algunas publicaciones que trataban de documentar lo que estaba pasando con el rock nacional, como Conecte o Banda Rockera, entre otras. Pero conseguir música era más complicado pues el rock mexicano aún no era un “negocio” como se convirtió después, ni lo “underground” estaba de moda, como cantó Café Tacvba. Además, no existían tantos programas de grabación al alcance y por ende los estudios caseros eran prácticamente inexistentes, por lo que las bandas estaban obligadas a acudir a un estudio de grabación formal para grabar inclusive un demo.
Estas grabaciones no eran económicas y no cualquiera podía tener acceso a un estudio. Muchos lograron grabar sus temas gracias a algún concurso que ganaron o porque tenían un amigo que trabajaba en un estudio y les daba chance en las horas muertas para poder grabar. Por esta razón, en la escena under lo que se movía eran las cintas o cassettes, gracias a la facilidad que era grabar en ellos, sacar copias grabadas y distribuirlas incluso en cassettes vírgenes con apenas una portada en fotocopia a blanco y negro. Comenzaba a desarrollarse la piratería, pero en el caso del rock, era más bien una necesidad por difundir música que no estaba en las tiendas ni en ningún negocio formal. Si la formalidad no te daba entrada, entonces había que tocar la puerta de lo informal.
Dentro de esa informalidad, comenzaron a ser frecuentes las grabaciones en vivo. Se grababa la tocada sacando el audio directo de la consola central, y se vendía la grabación como “Café Tacvba en el LUCC”, en una cinta virgen acompañada con una portada poco nítida. El audio tampoco era el mejor y se terminaba haciendo una interpretación diferente de lo que era la canción. Por ejemplo, recuerdo una grabación de La Lupita en vivo donde, en lugar de escribir el título de la canción como «Paquita Disco», le escribieron “Vendo maíz”, pensando que el coro decía eso en lugar de «Dance all night». Esta forma de conocer la música de las bandas mexicanas under era lo que había y lo que muchos consumíamos al no haber otro tipo de grabaciones, y al vivir lejos de la capital. Entonces esperábamos a que algún conocido fuera al Tianguis del Chopo, comprara una buena cantidad de este material y nos lo vendiera a quienes estábamos ávidos de escuchar a las nuevas bandas mexicanas de rock.
Así conocí a Santa Sabina, en una de esas grabaciones en vivo. La verdad es que no me gustó: el audio era poco favorable para una banda muy musical y apenas alcancé a tomarle gusto a una de las canciones («Yo te ando buscando»). Esa cinta poco la escuché. A pesar de darle varias oportunidades, no lograba conectar con ellos y en algún momento decidí intercambiarlo con un amigo por alguno otro que no tuviera. Así era, intercambiábamos cassettes como una manera de difundir y compartir música.
En 1992 nace Culebra Records, un subsello de la disquera BMG, creado por Humberto Calderón, donde se le da oportunidad a grupos que venían empujando con fuerza en México. Era una apuesta por bandas con propuestas diferentes a los moldes que había creado el “Rock en tu idioma”. Los primeros tres grupos que salieron bajo ese sello, según recuerdo, fueron La Cuca, La Lupita y Santa Sabina. Aún me acuerdo la emoción que sentí al llegar a la tienda de discos y ver dentro de una vitrina los tres cassettes: La invasión de los blátidos, de Cuca; Pa’ servir a usted, de La Lupita y Santa Sabina, de Santa Sabina. Por aquel entonces ya trabajaba en un laboratorio fotográfico y tenía algo de dinero que iba guardando para mis gastos, con eso pude comprar las tres grabaciones de un solo golpe.
Cuando escuché el cassette de Santa Sabina por primera vez, iba a bordo de un autobús de la línea de transportes Flecha Amarilla con rumbo a San Juan de los Lagos desde León; transitaba por el libramiento de la ciudad. Abrí la caja y saqué el cassette para ponerlo en mi walkman. Debo decir que de los tres que había comprado, el de Santa Sabina era sobre el que menos expectativas tenía pues la cinta en vivo que llegué a tener había terminado por no gustarme, pero estaba dispuesto a darle otra oportunidad pues con el de La Lupita lo primero que había notado es que se trataba de dos mundos musicales distintos: las canciones parecían otras ya con una buena grabación y la apreciación era mil veces mejor que con las grabaciones informales. Así que era el que faltaba por escuchar de los tres comprados.
El orden de la grabación, hoy día tiene como primer tema “No me alcanza el tiempo”, pero por más que acudo a mi memoria, el recuerdo me lleva a “Qué te pasó” como la primera canción que escuché de esa nueva cinta y prácticamente me voló la cabeza. Aparece la voz de Rita Guerrero sola “darareando” una melodía y enseguida la alcanza el piano plantando un acorde menor logrando uno de los inicios más memorables del rock mexicano; luego entra el resto de la banda y el ritmo va encabezado por el acompañamiento funky del piano sobre una base rítmica llena de groove. Nunca había escuchado una banda mexicana con ese toque; iban creando notas, tiempos y silencios entre el rock, el funk, el jazz y hasta la música gótica. Me aventé toda la grabación de corrido sin dejar de sorprenderme en cada una de las canciones. Era algo diferente para mi y desde ese momento se convirtió en mi banda favorita del rock nacional, sin ninguna duda. Había algo en ellos que los diferenciaba del resto. Ahora entiendo que, entre los grupos que tenían posibilidad de llegar a más público, ellos eran los que más arriesgaban en su música y eso les dio un lugar único dentro de la historia del rock mexicano.
Ese disco me acompañó gran parte de mi adolescencia. Cuando tuve la oportunidad de verlos en vivo, compré una playera con un diseño minimalista pero inconfundible: negra con las letras blancas “Santa Sabina”, prenda que usé hasta que literalmente se deshizo por el uso y el paso del tiempo. De igual manera, mi primer teclado, un Casio CA 100, tenía como sello distintivo una calcomanía en color morado con el nombre del grupo en letras blanca; este pegote lo acompañó hasta el Monte de Piedad, donde un día nos separamos. Me pregunto si aún existirá ese teclado y si todavía tiene esa calca pegada a él. Quien lo haya comprado después, ¿sabría quién es Santa Sabina?
Luego llegó el disco Símbolos, producido por Adrian Belew (King Crimson), con un sonido más trabajado y una madurez notable en la producción. En una ocasión, platicando con Poncho Figueroa, bajista de la banda, me decía que para ellos no había sido una experiencia muy agradable haber trabajado el disco con Belew, sin embargo, para mi es de los mejores de su discografía, y el preferido de manera personal. Con ese disco fui consciente de algo: Santa Sabina puso el toque literario en esa generación de bandas mexicanas. Ellos fueron quienes pusieron la literatura en la música de esa época. Si en el disco anterior ya lo habían hecho con “Labios Mojados”, tema en el que la letra es un fragmento de La Nausea, de Sartre, ahora lo hacían con “Una canción para Louis”, un tema basado en la novela Entrevista con el vampiro de Anne Rice. En su siguiente disco, Babel, hay fragmentos de textos de Baudelaire y Willian Blake en “Tuve un sueño”, y más adelante, en el disco Mar Adentro En La Sangre, musicalizarían dos poemas de Xavier Villaurrutia: “Canción” y “Soledad”, además de que gran parte de las letras de sus canciones fueron escritas por la poeta Adriana Díaz Enciso. Probablemente esto venga desde la misma génesis de la banda: ellos se conocieron musicalizando una obra, adaptación de la novela Amerika, de Kafka.
Sus dos tecladistas, primero Jacobo Lieberman y luego Juan Sebastián Lach, influyeron mucho en mi como músico. Su manera de tocar y hacer arreglos, me mostraron caminos diferentes para acompañar una canción. Y en sí, ver tocar a cada uno de sus músicos era motivo de gozo. Esa manera tan sutil de Patricio Iglesias, y a la vez fuerte, de tocar la batería emocionaba a muchos. No había banda que tuviera la cadencia ni el groove de ellos a la hora de tocar, Poncho Figueroa resaltaba el lugar del bajo como no lo habían hecho otros músicos de esa generación de bandas. Pablo Valero hizo de la guitarra un elemento específico en la banda, y Alejandro Otaola llevé este mismo instrumento a otro nivel sonoro aportando aún más originalidad al sonido de los sabinos. Y qué decir de Rita y su voz. Si antes ya había mujeres que le hacían frente al rock mexicano, ninguna había experimentado con su voz como lo hacía Rita, la sirena cantante del rock nacional, una sirena oscura y tan melancólica como poética.
A ella la conocí en su casa, toqué su piano y no pude evitar decirle que siempre había sido fan de ellos. Conocí a Aldo Max, su pareja, por medio de mi amiga Julieta y una tarde pasamos el tiempo ahí, en su espacio. Ella sonrió agradecida, platicamos brevemente de música y luego nos fuimos. Imponía con su sola presencia.
Este 2019 se cumplen 30 años de haberse creado, y no es gratuito decir que Santa Sabina es una de las bandas más importantes en la historia del rock mexicano; una banda que se mantuvo fiel a su estilo y principios musicales, que no hizo concesiones estilísticas ni subestimo a su público. Es buen tiempo para que las nuevas generaciones conozcan el aporte de ellos, no desde la actualización imposible, dado que Rita ya no se encuentra entre nosotros, sino desde la re lectura y el reconocimiento a una banda que supo ser una opción diferente, genuina y auténtica. Una banda que, al no seguir las tendencias, está muy alejada de las modas y la temporalidad. Santa Sabina tiene ya su lugar, no es necesario justificarlo, ellos se lo han ganado con su música.
Tecladista y compositor del grupo Inspector. Periodista cultural. Ha escrito para medios como La Rocka, ABC y Zona de Obras. Es director de La Zona Sucia.
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